El día de ayer enfrenté uno de los sentimientos más confusos, fue la mezcla similar al parto, una mezcla caóticamente maravillosa entre dolor y alegría. Uno de mis hijos, salió con un amigo mayor, hacia una práctica de porteros. Cuando esperaba que llegara alrededor de las 8 vi avanzar con lentitud el reloj, pasé una angustiosa hora hasta verlo llegar sonriente, complacido, maduro, feliz por el umbral de la puerta. La sensación de mis pulmones fue como si pudieran por fin recibir el aire necesario, contemplarle fue un momento maravilloso, me quedé sin palabras (y sin uñas). Se sentó al borde de la cama a contarme todas aquellas aventuras por las que se había alargado el entrenamiento y lo que fueron a hacer él y sus amigos después y antes del entrenamiento (digamos que eran cuestiones de “cuates” buenos y sanos).
Seguía platicando al borde de la cama mientras yo sentía una mezcla rara de orgullo al ver el adolescente en quien se ha convertido y el terrible dolor que me implica el dejarle volar, el permitir que vaya al mundo sin mí, sin su papá y tengamos que esperar pacientemente (aunque los minutos se vuelvan horas) a que cruce el umbral del nido, y se siente a platicarnos de la vida que hasta hace poco vivíamos simultáneamente a su lado…
No pronuncié palabra, estaba muda sin saber a ciencia cierta las palabras adecuadas, la actitud necesaria o el sentimiento apropiado. Disfruté su sonrisa tímida diciendo perdón por llegar tarde, seguida de una franca carcajada por las aventuras vividas en ese mundo en el que ahora vuela y debe volar con alas propias. Terminado el relato, traté de conciliar el sueño…..que en realidad no puedo definir como pesadilla, pero si me hizo pensar en este nuevo reto que presenta el ser padres de un adolescente.
Durante el sueño pude ver con mucha claridad cómo se escapaban de una “pecera” pequeña (1.5 lt.) Y llena de agua varias mariposas. Pasé buen rato tratando de atraparlas, sin lastimarlas, al aire libre; recuerdo con claridad una de espléndidos colores cuya ala salió lastimada cuando la metí a la pecera. Recuerdo también estar pensando (mientras soñaba) si no era peligroso el meter a las mariposas en el agua, pues no era su hábitat natural y que en la vida real les hubiera significado la muerte. Fueron 7 u 8 horas de sueño o pesadilla que me han dejado reflexionando todo el día; además claro está de unas tremendas ojeras y un cansancio indescriptible.
Las mariposas representan la nueva etapa la adolescencia, ese momento crucial en el que las decisiones son (en la medida de lo razonable) de ellos, donde no podemos protegerlos más, sino simplemente aconsejarles (si lo piden), amarlos de manera incondicional, nutrirles su autoestima para que puedan salir a conquistar al mundo, darles herramientas que les permitan tomar decisiones adecuadas y la fortaleza para que se levanten cuando se caen o se equivocan. Pero finalmente inician sus primeros pasos en el mundo y los veremos darlos con la misma angustia con la que lo contemplamos dar el primer paso, la primera tambaleada o el primer “solito” (donde se suelta por primera vez para pararse solo). Por eso las mariposas volaban….como mi hijo, y me corresponde alentarle, apoyarle no perseguirlo para meterlo en un ambiente que ya no corresponde. No puedo, ni debo meterlo a la pecera con agua, porque ahogaría sus sueños, sus iniciativas, le impediría ser todo aquello para lo que fue creado; puede ser, que como en mi sueño se lastime una ala por mi miedo a que vuele y no sea capaz de lanzarse.
Mi subconsciente (aun dormida) ayudaba, pues sabía en mi interior que las mariposas no son para vivir en una pecera con agua, como un adolescente ya no puede vivir bajo las alas de sus padres, puede y debe aprender a volar solo con la compañía nuestra, cuando la requiera, o bien quedarnos (a veces sin respirar) esperando a que retorne de sus vuelos de ensayo, que serán cada vez más largos, cada vez más aventurados, pero también proporcionales a lo que será su crecimiento y su felicidad. Nos corresponde el trabajo de los señores que en el aeropuerto orientan al piloto para el aterrizaje, que le informan de las condiciones del tiempo, pero nunca lo suplantan.
Ver a un hijo crecer, volar es un sueño hecho realidad, siempre sabiendo que nos tocará en el camino una que otra pesadilla causada solo por el inmenso amor que desearía evitarles dolores y caídas, pero que nos lleva también a vencernos, a vencer miedos y los propios límites para dar paso a la grandeza que Dios ha querido confiarnos: Un hijo y ahora un hijo adolescente.