Desde la trinchera....
El día de hoy, después de haber visto la película de Julia & Julie, me sentí inspirada para compartir muchos detalles, información y formación que llega a nuestras manos y a menudo se queda ahí, sin llegar a otros.
El blog se llama desde la trinchera porque a menudo la vida diaria es una lucha, donde ganamos y perdemos, donde trabajamos y nos desgastamos; donde tenemos compañeros de lucha; éxitos y fracasos. Y de compartir nuestras experiencias podemos sacar nuevas luchas, nuevas ideas y nuevas aspiraciones.
¿Cuáles son las tuyas?
El blog se llama desde la trinchera porque a menudo la vida diaria es una lucha, donde ganamos y perdemos, donde trabajamos y nos desgastamos; donde tenemos compañeros de lucha; éxitos y fracasos. Y de compartir nuestras experiencias podemos sacar nuevas luchas, nuevas ideas y nuevas aspiraciones.
¿Cuáles son las tuyas?
lunes, 22 de noviembre de 2010
martes, 16 de noviembre de 2010
miércoles, 18 de agosto de 2010
CRONICA DE UN ASALTO BANCARIO
Una ciudad en caos, ciudadanos con miedo, alertas, defensivos. Niños que hablan de muertos y sicarios como si fueran videojuegos; conocen el sonido de disparos e imaginan que es fuego. Muchos negocios han cerrado, ya no hay publicidad, ni un mundo de gente en las calles. ¿Qué nos sucedió? ¿Qué está pasando? ¿Hasta cuándo va a parar? ¿A dónde correr? ¿Podemos escondernos? O como se diría en el chapulín colorado y ahora ¿quién podrá defendernos?
Recuerdo con mucha claridad la película de “La vida es bella” en donde un papá en medio de un campo de concentración trata de cambiar la visión (no la realidad) de su hijo; sonríe, vive y busca lo mejor en medio del holocausto. ¿Cuántos de nosotros como padres no vivimos ya lo mismo?, no podemos fingir que no pasa nada, ni disfrazar la realidad; sin embargo ¿Quién quiere que sus hijos vivan esté crudo realismo? Hasta el jueves pasado pensé así, me volví parte de una sociedad cuyo tejido social está desgarrado, la esperanza ausente y el miedo latente. Y a pesar de todo, la vida sigue. Por ello me dirigí al banco junto a mis dos hijos y con las “debidas” precauciones (que no sea día 15, ni la hora pico, ni que se vean personas sospechosas….).
¿Quién diría que en medio de un asalto mientras podía contemplar mi fragilidad y lo vulnerable que soy es cuando más fuerte y segura me sentiría? ¿Absurdo? Entramos y salimos del banco, entre al cajero adjunto, donde vi con amabilidad a una Monjita y en cuestión de segundos mi hijo mayor de 11 años apunto al frente y recuerdo claramente su “mamá mira”, vio un hombre encapuchado y con una metralleta; aun quedan en mi mente pedazos de un rompecabezas que no puedo armar, pero tampoco olvidar; un hombre corriendo, un policía atento, un caos, el miedo y la muerte; todos, incluyendo nosotros parte del mismo escenario. Sin embargo al mirar atrás puedo ver con claridad que por encima de ese caos estuvo y está siempre Dios. Mientras entrabamos al banco para protegernos de los asaltantes que querían entrar, pude escuchar las balas que pasaban muy cerca, rompiendo cristales que lastimaron a la Madre que venía corriendo detrás de nosotros y a mi hijo que sólo tuvo un pequeño rasguño. Los balazos siguieron por un momento y de pronto todo pareció carecer de sentido: las necedades por las que renegaba a diario, el quejido por la temperatura, la presión de “protegernos”, el tiempo desperdiciado. Estaba ahí tirada en el suelo con mis hijos que son mi adoración, calculando (inútilmente) la manera en la que mi cuerpo podría cubrirlos, la manera en la que podría calmarlos para devolverles lo que este asalto les estaba quitando y ¿por qué no decirlo? Hasta como podría ayudarles a dejar este mundo en paz. No tengo la menor duda que lo único cuerdo que pude hacer en ese momento fue rezar, junto a otra madre y a la religiosa que entró detrás de nosotros. Recuerdo con claridad que mi hija menor empezó a llorar asustada y puse mi mano en su boca para evitar que eso desatara una represalia, para mi sorpresa guardó silencio a sus ocho años y temblando, al igual que todos los que estábamos ahí rezó. ¡Qué inmenso el amor de Dios que nos cubrió e incluso nos ayudó a invocarlo, a recordar que en ese momento lo único que puede darnos paz es El, que no se caerá ni uno solo de nuestros cabellos si El no lo desea!.
Cuando acabó el enfrentamiento entre los policías y asaltantes, pude ver a uno de los dos policías que nos defendió (con la ayuda de Dios claro está), es un jovencito y con una amplia sonrisa nos trataba de tranquilizar. Una de las personas que estaba dentro, vio como se hincaba y preparaba para defendernos. Y recuerdo entre retazos de memoria al policía que estaba afuera y que seguramente fue quien inició la defensa. No dejo de agradecerle a Dios que ellos estuvieran ahí (porque dos policías contra cinco o seis asaltantes no tenían probabilidades humanas, pero si divinas), porque además de salvarnos de ese asalto, me devolvieron la esperanza en la autoridad, en que existen muchos policías buenos, muchos héroes (bomberos, paramédicos, médicos, civiles) que de manera anónima ponen en riesgo su vida para continuar con esta lucha que estaremos ganando, mientras sigamos creyendo que existe esperanza; mientras sigamos viendo la pared blanca y no el punto negro, mientras miremos el cielo y no el suelo; mientras seamos capaces de ver que somos nada, pero con Dios todo lo podemos; mientras podamos creer que humanamente no hay un lugar donde podamos “estar seguros”, pero si sabemos que El está en todas partes, ahí está mi seguridad.
No voy a mentirte, cuando paso frente a un banco mi piel se eriza y puedo escuchar los latidos de mi corazón; puedo sentir las manos de mis hijos y sus cuerpos acercándose a mí; pero como bien me dijo un sacerdote muy querido para nosotros: solo son malos pensamientos, agradezco a Dios el don de la vida de mi familia y pido mucho, con muchas fuerzas por todos los que están haciendo daño. Me impresionó leer en la noticia que era un niño de 15 o 18 años uno de los asaltantes; no sentí enojo, ni coraje…. sentí dolor de saber que alguien tan joven creyera que no tenía otra opción, que sus padres no le amaran lo suficiente, que haya pasado por tantas células de nuestra sociedad sin lograr que quedará en él un poquito de humanidad que le impidiera hacer daño y hacérselo a sí mismo. Pido también por todos, en especial por aquellas personas que pasaron, pasarán o están pasando un momento así, para que Dios (que es el único que puede hacerlo) sea su paz y su fortaleza, que se sientan infinitamente amados y protegidos por él.
Y es así, en medio de un caos, encontrando la muerte en alguna esquina, el dolor en muchos rostros y la pérdida, puedo seguir adelante aquí en una ciudad que es noble, que es hospitalaria y que nos ha dado tanto. Aquí seguiremos, porque Dios es mucho más grande que todo lo que pasa y nos ha dado gracias infinitas que debemos valorar, porque he vivido en carne propia que “Todo lo puedo en aquel que me conforta” y que un corazón abatido, nunca lo rechaza.
Recuerdo con mucha claridad la película de “La vida es bella” en donde un papá en medio de un campo de concentración trata de cambiar la visión (no la realidad) de su hijo; sonríe, vive y busca lo mejor en medio del holocausto. ¿Cuántos de nosotros como padres no vivimos ya lo mismo?, no podemos fingir que no pasa nada, ni disfrazar la realidad; sin embargo ¿Quién quiere que sus hijos vivan esté crudo realismo? Hasta el jueves pasado pensé así, me volví parte de una sociedad cuyo tejido social está desgarrado, la esperanza ausente y el miedo latente. Y a pesar de todo, la vida sigue. Por ello me dirigí al banco junto a mis dos hijos y con las “debidas” precauciones (que no sea día 15, ni la hora pico, ni que se vean personas sospechosas….).
¿Quién diría que en medio de un asalto mientras podía contemplar mi fragilidad y lo vulnerable que soy es cuando más fuerte y segura me sentiría? ¿Absurdo? Entramos y salimos del banco, entre al cajero adjunto, donde vi con amabilidad a una Monjita y en cuestión de segundos mi hijo mayor de 11 años apunto al frente y recuerdo claramente su “mamá mira”, vio un hombre encapuchado y con una metralleta; aun quedan en mi mente pedazos de un rompecabezas que no puedo armar, pero tampoco olvidar; un hombre corriendo, un policía atento, un caos, el miedo y la muerte; todos, incluyendo nosotros parte del mismo escenario. Sin embargo al mirar atrás puedo ver con claridad que por encima de ese caos estuvo y está siempre Dios. Mientras entrabamos al banco para protegernos de los asaltantes que querían entrar, pude escuchar las balas que pasaban muy cerca, rompiendo cristales que lastimaron a la Madre que venía corriendo detrás de nosotros y a mi hijo que sólo tuvo un pequeño rasguño. Los balazos siguieron por un momento y de pronto todo pareció carecer de sentido: las necedades por las que renegaba a diario, el quejido por la temperatura, la presión de “protegernos”, el tiempo desperdiciado. Estaba ahí tirada en el suelo con mis hijos que son mi adoración, calculando (inútilmente) la manera en la que mi cuerpo podría cubrirlos, la manera en la que podría calmarlos para devolverles lo que este asalto les estaba quitando y ¿por qué no decirlo? Hasta como podría ayudarles a dejar este mundo en paz. No tengo la menor duda que lo único cuerdo que pude hacer en ese momento fue rezar, junto a otra madre y a la religiosa que entró detrás de nosotros. Recuerdo con claridad que mi hija menor empezó a llorar asustada y puse mi mano en su boca para evitar que eso desatara una represalia, para mi sorpresa guardó silencio a sus ocho años y temblando, al igual que todos los que estábamos ahí rezó. ¡Qué inmenso el amor de Dios que nos cubrió e incluso nos ayudó a invocarlo, a recordar que en ese momento lo único que puede darnos paz es El, que no se caerá ni uno solo de nuestros cabellos si El no lo desea!.
Cuando acabó el enfrentamiento entre los policías y asaltantes, pude ver a uno de los dos policías que nos defendió (con la ayuda de Dios claro está), es un jovencito y con una amplia sonrisa nos trataba de tranquilizar. Una de las personas que estaba dentro, vio como se hincaba y preparaba para defendernos. Y recuerdo entre retazos de memoria al policía que estaba afuera y que seguramente fue quien inició la defensa. No dejo de agradecerle a Dios que ellos estuvieran ahí (porque dos policías contra cinco o seis asaltantes no tenían probabilidades humanas, pero si divinas), porque además de salvarnos de ese asalto, me devolvieron la esperanza en la autoridad, en que existen muchos policías buenos, muchos héroes (bomberos, paramédicos, médicos, civiles) que de manera anónima ponen en riesgo su vida para continuar con esta lucha que estaremos ganando, mientras sigamos creyendo que existe esperanza; mientras sigamos viendo la pared blanca y no el punto negro, mientras miremos el cielo y no el suelo; mientras seamos capaces de ver que somos nada, pero con Dios todo lo podemos; mientras podamos creer que humanamente no hay un lugar donde podamos “estar seguros”, pero si sabemos que El está en todas partes, ahí está mi seguridad.
No voy a mentirte, cuando paso frente a un banco mi piel se eriza y puedo escuchar los latidos de mi corazón; puedo sentir las manos de mis hijos y sus cuerpos acercándose a mí; pero como bien me dijo un sacerdote muy querido para nosotros: solo son malos pensamientos, agradezco a Dios el don de la vida de mi familia y pido mucho, con muchas fuerzas por todos los que están haciendo daño. Me impresionó leer en la noticia que era un niño de 15 o 18 años uno de los asaltantes; no sentí enojo, ni coraje…. sentí dolor de saber que alguien tan joven creyera que no tenía otra opción, que sus padres no le amaran lo suficiente, que haya pasado por tantas células de nuestra sociedad sin lograr que quedará en él un poquito de humanidad que le impidiera hacer daño y hacérselo a sí mismo. Pido también por todos, en especial por aquellas personas que pasaron, pasarán o están pasando un momento así, para que Dios (que es el único que puede hacerlo) sea su paz y su fortaleza, que se sientan infinitamente amados y protegidos por él.
Y es así, en medio de un caos, encontrando la muerte en alguna esquina, el dolor en muchos rostros y la pérdida, puedo seguir adelante aquí en una ciudad que es noble, que es hospitalaria y que nos ha dado tanto. Aquí seguiremos, porque Dios es mucho más grande que todo lo que pasa y nos ha dado gracias infinitas que debemos valorar, porque he vivido en carne propia que “Todo lo puedo en aquel que me conforta” y que un corazón abatido, nunca lo rechaza.
viernes, 23 de abril de 2010
El aborto en el Distrito Federal
Vale la pena informarnos........la diferencia la hacemos cada uno con nuestra opinión.
lunes, 15 de marzo de 2010
¿A quién iremos?¿A dónde iremos?
Sin duda alguna la sitación de Juárez (y del país) se torna cada vez más "revuelta" (como la expresión de: a río revuelto). Cada vez más personas son las que son víctimas de violencia y entre más se acerca a nuestrós amigos, familiares o conocidos, surge la duda: ¿a donde puedo ir?¿A quién puedo recurrir?.
Por un lado viene a mi mente la parte 100% "humana" y voy escudriñando detenidamente las opciones de huir, de ir a otro lugar más "seguro"; por otro viene a mi cabeza la idea de que Juárez ha sido un barco generoso, entregado, abierto y no puede ser abandonado por "su capitán" ¿que sucederá si cada uno huye?¿A merced de quién iremos dejando nuestra ciudades, nuestros hogares, nuestras vidas hechas aquí?.
Y entonces en medio de la desesperación, de la impotencia y ¿porqué no decirlo? el miedo, viene a mi la parte no tan humana que recuerda que la esperanza es lo último que muere y que en la medida en la que cada uno siga teniendo esperanza en esta humanidad entonces podrá seguir en la lucha, en esta trinchera maltrecha por el dolor y el miedo, pero que aún sigue en pie y seguirá mientras cada uno de nosotros siga al pie del cañon, creyendo que se puede cambiar si cada uno cambia en su propia vida, en su propio ambiente y continúa sabiendo que no hay mal que dure cien años.....pero sobre todo sabiendo que cuando sentimos que todo nos ha fallado está El siempre con los brazos abiertos para recibirnos y NUNCA nos fallará. Bien lo decía san Agustín:«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». Ahí está nuestro refugio y nuestro alivio.....
Así que nos quedamos en Juárez, sabiendo que el que se queda la lucha por delante y la esperanza desde ahora, acompañados de alguien que todo lo puede.
Por un lado viene a mi mente la parte 100% "humana" y voy escudriñando detenidamente las opciones de huir, de ir a otro lugar más "seguro"; por otro viene a mi cabeza la idea de que Juárez ha sido un barco generoso, entregado, abierto y no puede ser abandonado por "su capitán" ¿que sucederá si cada uno huye?¿A merced de quién iremos dejando nuestra ciudades, nuestros hogares, nuestras vidas hechas aquí?.
Y entonces en medio de la desesperación, de la impotencia y ¿porqué no decirlo? el miedo, viene a mi la parte no tan humana que recuerda que la esperanza es lo último que muere y que en la medida en la que cada uno siga teniendo esperanza en esta humanidad entonces podrá seguir en la lucha, en esta trinchera maltrecha por el dolor y el miedo, pero que aún sigue en pie y seguirá mientras cada uno de nosotros siga al pie del cañon, creyendo que se puede cambiar si cada uno cambia en su propia vida, en su propio ambiente y continúa sabiendo que no hay mal que dure cien años.....pero sobre todo sabiendo que cuando sentimos que todo nos ha fallado está El siempre con los brazos abiertos para recibirnos y NUNCA nos fallará. Bien lo decía san Agustín:«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti». Ahí está nuestro refugio y nuestro alivio.....
Así que nos quedamos en Juárez, sabiendo que el que se queda la lucha por delante y la esperanza desde ahora, acompañados de alguien que todo lo puede.
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