Uno
de ellos hacía creaciones complicadas, con túneles, áreas elevadas, pasadizos e
incluso una vía que llevaba el agua de las olas a partes de su castillo. La
otra escarbaba sin cesar, haciendo un hoyo tan profundo que podía caberle medio
cuerpo dentro. Mientras los contemplaba pensé en “sugerirles” cambios, a uno
que estaba mal la entrada del agua, a la otra que se iba a enterrar completa en
ese hoyo, que mejor tratara de hacer algo más “estético”; al empezar a dar
rienda suelta a mi imaginación me di cuenta que mientras yo pensaba como
“optimizar”, “mejorar” e incluso ayudarles a iniciar “un castillo como debe” me
detuve a contemplar la sonrisa orgullosa de cada uno por su creación, su mirada
buscando mi admiración ante las obras únicas de arte en arena y entendí una
gran lección: nuestra misión como papás no está en imponer cambios, rehacer por completo sus castillos (lo
parezcan o no), o solucionarles problemas de edificación, organización y fallas
técnicas.
En
realidad la misión que nos ha tocado es sentarnos a contemplar su obra, no
desde la estatura del adulto, sino sentarnos a su nivel en la playa, para ver
las cosas desde su perspectiva, para admirar su trabajo especialmente por ser
creación de ellos, no por la “perfección” que tenga. La misión más hermosa es
disfrutarles cuando cada uno a su manera particular y única va cambiando el
mundo que le rodea (pues nadie que se precie de estar vivo puede dejar el mundo
igual), creando su aportación, trabajando en el camino de su propia vocación,
siguiendo inspiraciones que podremos no entender, pero no por ello invalidar o
cambiar.
En
medio de aquellos pensamientos, uno de ellos me extendió una pala y con la
mirada tierna como quien no quiere dejarte “fuera del juego” me invitó a
construir el castillo, a participar. Aprendí que si hacemos bien nuestro
trabajo, estaremos siempre ahí para cuando quieran ofrecernos una pala para
colaborar, para apoyar en el área que nos pidan o bien para sacar del hoyo a la
que se le inundó con las olas traviesas. Nos toca contemplar, admirar,
disfrutar y sin duda sufrir cuando veamos un castillo romperse, desplomarse o
ser destruido por ajenos y darles fuerzas para volver a empezar.
Estar
ahí para disfrutar la maravillosa obra y para consolar y dar ánimo cuando las
palas y el corazón se rompan. Son castillos de arena que cada uno hemos tenido
y vivido, pero sin duda como padres nos toca apoyarles a realizar sus sueños,
educándoles en los valores y las virtudes, que cada uno construya su castillo
con bases sólidas del amor incondicional de sus papás y conscientes del inmenso
amor de Dios.
Pero
lo que importa es que construyan ese castillo, que sepan que siempre les
acompañamos, que cuando nos lo pidieron les dimos el apoyo, admiración o
consuelo requerido, para que además de una hermoso y único castillo, tengan en
la memoria un momento que les permita asegurar que sin importar el castillo o
lo que pase con él: siempre lo amaremos y estaremos ahí.